domingo, 1 de mayo de 2011

Escrito sobre la charla: "FE CRISTIANA Y COMPROMISO POLÍTICO"

Escrito sobre la charla: "FE CRISTIANA Y COMPROMISO POLÍTICO", compartida en la facultad de Cs. Sociales de la UNLZ el 28/4/11 por el pastor evangélico, periodista y docente, Domingo Ferrari.

FE CRISTIANA –Certeza de la compañía de Jesús que la muerte no interrumpe

ACCION POLÍTICA- Búsqueda del bien común al servicio de la sociedad

La fe cristiana nace en la Pascua de Resurrección y permanece en medio de los énfasis religiosos y teológicos que experimenta una sociedad de desarrollo histórico como es la Iglesia, o mejor, las iglesias. De ser una minoría perseguida e ilegal (asociación ilícita) durante trescientos años, la religión cristiana se transforma en parte del Estado Romano bajo el Emperador Constantino I y casi todos sus sucesores (excluido Juliano), y cuando desaparece derrotado por otras potencias, su religión lo sobrevive y se adapta a las nuevas circunstancias políticas y especialmente ideológicas, bajo el influjo de distintas filosofías grecorromanas y orientales. Esa permanencia le permite no sólo sobrevivir sino representar una garantía de continuidad de hábitos sociales, que fue aprovechada por las distintas autoridades por más de mil años en lo que se constituiría, especialmente a partir de la emergencia del Islam y su llegada a Europa en un cuerpo social y político llamado Cristiandad (al que bien podríamos llamar el primer esbozo de mundo global).
Para el año 1100 ese mundo más que dividirse se duplica  con el cisma de Oriente y Occidente, Y Bizancio reproduce a Roma.
El orden del mundo era simple e indiscutido: Dios en el cielo y sus representantes en la Tierra, El Papa en Roma (o Bizancio), El Emperador en su sede.
(El modus vivendi con el Islam era tal que en ocasiones el Papa hizo de carcelero, y de verdugo, de los califas manteniendo bajo prisión a sus rivales dinásticos o políticos por un alquiler abultado, y quitándoles la vida cuando su locador se lo ordenaba).

Pero ese mundo, perfecto para los que disfrutaban de él, se vería sacudido de las más distintas maneras. Las verdades sobre las que estaba construido empezaban a ser sometidas a juicio. Desde tiempo atrás especialmente en Italia, intelectuales reconocidos encontraban insuficientes los márgenes que la Iglesia marcaba para las investigaciones y buscaban maneras de liberarse de la autoridad escolástica, para volver a los valores y estética de la antigüedad clásica ejerciendo el derecho a la libertad, como Pico della Mirandola (1463-1494), quien probablemente haya sido el primero en utilizar la palabra humanista para referirse al nuevo movimiento. Fue el autor de un Diálogo sobre la dignidad del hombre, o Lorenzo Valla (1407-1457), fundador de la filología por su estudio de los poetas latinos y su proposición de una nueva gramática. Quizá su logro más conocido fue su descubrimiento, basado en pruebas filológicas, de la falsedad del documento medieval Donación de Constantino supuestamente redactado por este emperador, y por el que se otorgaban los territorios de la Italia central al cuidado del Papa romano.
Otros viajes atraerían la atención de inquietos medievales, que sin saberlo estaban dando a luz un nuevo tiempo, al que hoy conocemos como Era Moderna.
Los barcos empezaban a ponerse en marcha con destinos más allá del horizonte que hasta entonces marcaba los límites del planeta. Aunque no haya sido el primer europeo en llegar más allá del Occidente conocido, Cristóbal Colon iniciaba en 1492 el contacto con nuevas culturas, nuevos cultivos, nuevos cultos. Claro que no adherimos a las lecturas del llamado “encuentro de culturas”. Más bien, un encontronazo, donde una de las partes es dueña de la caballería  y de las armas de fuego, nada menos, y donde su estilo incluye el saqueo, la destrucción, las violaciones… y todo en nombre de una superioridad religiosa e ideológica.
Un inquieto herrero alemán, Gutemberg, desarrolla hacia 1430 la imprenta de tipos movibles, que permite  la circulación de libros en cantidades que  ponen al alcance de la economía de muchos lectores obras hasta entonces sólo en poder de personas o instituciones que podían contar con sus propios copistas. Como bien sabemos, entre las primeras de esas obras está la Biblia.
Culminando la tarea de cristianas y cristianos que venían reclamando el derecho al libre acceso a las Sagradas Escrituras y a una lectura inteligente que no se limitara a repetir las explicaciones de los doctores eclesiásticos de la antigüedad, el fraile Martín Lutero propone en 1516 discutir sobre bases bíblicas las tradiciones sobre las que se sostenían doctrinas y prácticas de la iglesia romana.

Más allá, incluso, de lo que podían sospechar sus protagonistas, estas y muchas otras iniciativas marcaban el final de mil años de construcción ideológica e institucional de la iglesia cristiana. Con el tiempo ya no habría rey ni emperador en su trono, y el Papa desaparecería como poder temporal y, aunque a su pesar, tendría que dialogar con un mundo que ya no se reconocería de su propiedad (Tratado de Torrecillas, 1494).
Tendría que llegar 1959 para que la Iglesia aceptara leer las señales de los tiempos y en la persona de Juan XXIII convocar a un Concilio que pusiera al día (aggiornara) una posición que pudiera dialogar con el mundo, desde una función pastoral que reconociera la dignidad de todo ser humano.

Este repaso del recorrido institucional de las iglesias, en primer lugar de la Católica romana, nos plantea la pregunta, ¿qué pasó mientras tanto con la fe de esa iglesia, de acuerdo al título que hemos propuesto para esta charla? Mi respuesta es que la fe cristiana fue el viento que empujó a la barca de la iglesia más allá de los límites que sus clases dirigentes, siempre dispuestas a pactar con el poder temporal para mantener y acrecentar los privilegios a los que aquella iglesia constantiniana se había acostumbrado,  adormeciendo el espíritu profético y relegando a Jesús a la función de un monarca celestial, que reina pero no gobierna. La fe cristiana es, en este contexto, la comunión con el Cristo vivo que siendo una relación personal supera lo individual para constituirse en comunidad de fe, la Iglesia perteneciente a y comprometida con la comunidad humana.

ACCIÓN POLÍTICA- Búsqueda del bien común al servicio de la sociedad
El repaso tan somero que hemos hecho del lugar de la iglesia institución en la historia de las sociedades que se han ido sucediendo, deja en claro la convivencia con las más distintas formas del poder político, y la manera como sus opciones coincidieron en general con las de las clases dirigentes propietarias a la vez de los medios de producción y de la represión a las fuerzas de cambio que obran en cada sociedad. Y esa ha sido la conducta tanto en aquella parte de la Iglesia heredera de las formas imperiales que sobreviven en el papado y la curia romana, como en las fuerzas reformistas cuando llegan a ser parte del poder. El estilo de Calvino como inspirador del Concejo de Ginebra, como la posición de Lutero exhortando a los señores que lo apoyaban a aplastar el levantamiento de los campesinos en sus territorios, así como los dirigentes de las iglesias orientales buscando un modus vivendi con los regímenes hostiles a la fe, pero dispuestos a tolerar las instituciones siquiera como guardianes de sus tesoros culturales… todos ellos son y han sido factores de poder y por lo tanto agentes activos de acción política en todos los tiempos.
Pero, al proponer este tema ante la invitación a este encuentro con la comunidad estudiantil justamente quisimos definir el campo con esta simple definición, inspirada en uno de los pasajes más claros del NT, el capítulo 13 de la Carta a los romanos, y su paralelo en el Apocalipsis de Juan, también capítulo 13.
Puesto que no nos proponemos un estudio bíblico (en todo caso, cuenten conmigo si algún día se disponen a hacerlo) resumamos sus contenidos, ya que representan dos posiciones siempre presentes en el pensamiento de las iglesias.
Mientras el Apocalipsis ve al Estado como la Bestia (el Leviatán, diría Hobbes en el siglo XVII) que amenaza a la vida humana que no la adora y que enfrenta al mensaje de vida del pueblo de Jesús, la carta de Pablo considera al magistrado como un servidor puesto por Dios para velar por el bien común, con una acción propositiva y un poder represivo para lograr ese fin.
Claro, lo primero que se nos ocurre es que ambas visiones no son contrapuestas, si no complementarias. El Estado es a la vez, o potencialmente, el factor por excelencia para enriquecer la calidad de vida de una población, o el más poderoso enemigo del progreso humano y - como crecientemente vamos asumiendo- de la destrucción de las fuentes de vida que provee la naturaleza: el aire, la tierra, las aguas.
Las visiones excluyentes parecen dejarnos pocas opciones: o el cristiano se reserva el papel de mártir ante un Estado homicida, o encuentra en la acción política y en su incidencia en la marcha del estado los caminos más apropiados para poner en práctica los principios de su fe, en el marco de una sociedad pluralista, solidaria, justa y compasiva.
Las iglesias que conciben la realidad como un dualismo entre “mundo” y “pueblo de Dios” dirigen su tarea educativa y formativa, especialmente de sus jóvenes, advirtiendo sobre el peligro de la apostasía, o traición a la fe, para todo aquel que se “ensucie las manos” en la acción política con sus negociados, su pretensión de construir una ética sin Dios, su ideología atea en fin (aunque no hemos visto esa actitud coherente, cuando de lo que se trata es de conseguir ventajas y privilegios para las instituciones religiosas  por medio de esa acción política).
Quienes, por el contrario, creen que el “mundo” es el campo de la acción de Dios y el destinatario de su amor al enviar a Jesucristo, encuentran en la fidelidad a la Palabra y en la misión de llevar la Buena Noticia a toda criatura, que pueden llevar a la práctica el estilo de vida cristiano acompañando a quienes, sin compartir nuestra confesión de fe, se proponen por razones ideológicas las metas de humanización, cuyas raíces los cristianos las encontramos en los mandatos y el estilo de vida de Jesús.
Naturalmente, siempre habrá matices en estas posiciones. Habrá quienes manteniendo su abstinencia en la participación política, sienten que es propio de los cristianos orar por sus autoridades, y acompañar con su voto a los partidos que garantizan la libertad de conciencia y el ejercicio del culto.
Y habrá quienes, guiados por el Evangelio, despiertan a una vocación por la participación política, que incluya una opción partidaria con el relativismo de toda acción humana, y su inevitable método de ensayo y error. En este caso, la política pertenece al mundo de la autonomía humana, campo que algunos tomarán con resignación como resultado de un mundo moderno y pluralista, y otros celebrarán como resultado de un proceso de creciente madurez de una criatura equipada por su Creador para la libertad.

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